El valle de México visto por viajeros y pintores

La ciudad de México adquirió celebridad por la belleza del paisaje que la envuelve, es decir, por estar enclavada en una cuenca, surcada por cristalinos ríos y rodeada de montañas, entre las que destacaban los dos volcanes nevados, Iztaccíhuatl y Popocatépetl.

Es de llamar la atención, que fue un extranjero, el científico prusiano Alexander Von Humboldt, quien dio a conocer en Europa las riquezas naturales de la Nueva España y, muy en especial, la belleza del paisaje del valle de México, a través de sus obras Ensayo político de la Nueva España y Atlas monumental, entre otras.

Humboldt afirmaba que las civilizaciones humanas son una manifestación más de su medio natural y agregaba que todo paisaje se anudaba, por un misterioso y antiguo lazo, a la vida del hombre. Los imponentes volcanes de México, fueron relacionados entonces con la grandeza de las culturas indígenas, convirtiéndose en signos de identidad nacional.


José María Velasco y el valle de México

A partir de finales del siglo XIX, el artista mexicano José María Velasco, realizó diversas pinturas del paisaje del Valle de México, algunas de ellas de gran formato, que causaron fuerte impacto en el público, ya que era tal vez el primer artista que transmitía la belleza de la cuenca de México.

Sus pinturas parecían expresar, no solamente la belleza del valle, sino la grandeza de una ciudad excepcional, a la que por cierto Humboldt llamó “ciudad de los palacios”, en virtud de la monumentalidad de sus edificios públicos y privados.

Las pinturas de Velasco sobre este valle son hoy en día, un invaluable testimonio de lo que fue la ciudad de México y su paisaje circundante, que experimentó una dramática transformación en el siglo XX.


El valle de México, visto por Diego Rivera

Solía contar Diego Rivera, que un día que caminaba por el rumbo de Chapultepec, se detuvo sobre un promontorio para admirar la ciudad de México desde lo lejos. En aquel momento, el joven pintor tuvo la visión de cómo debía de haber sido la gran ciudad de Tenochtitlan y se propuso que algún día realizaría una pintura en la que plasmaría esta visión.

Su oportunidad llegó en 1945, cuando fue contratado por el gobierno mexicano para continuar realizando murales en los corredores del primer piso del Palacio Nacional. El más grande de estos murales llevaría por nombre Tenochtitlan visto desde Tlatelolco. Es interesante pensar que, para aquellas fechas, no existía una pintura o gráfico que mostrara a los mexicanos como era la gran Tenochtitlan, ya que la pintura que todos conocemos sobre la ciudad azteca, fue realizada 19 años, después para ilustrar la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología.

Pues bien, la pintura de Rivera, representó magistralmente la admirable traza urbana de una ciudad erigida en un lago, a base de chinampas -islas artificiales hechas de cañas, ramas y tierra-, con elegantes edificios y palacios, y anchas avenidas que, a manera de puentes, conectaban a la isla con tierra firme.

En este punto, vale la pena recordar las palabras que escribiera el cronista de la conquista de Tenochtitlan, Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España…
Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calzada tan derecho y por nivel cómo iba a México, nos quedamos admirados… y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua, y todo de calicanto, y aún algunos de nuestros soldados decían, que si aquello que veían, si era entre sueños…


Y en efecto, ante sus ojos se extendía una ciudad, que hasta ese momento no podía haber existido más que en sus sueños.
Al fondo de le escena de la ciudad isleña de Tenochtitlan, Rivera representó los volcanes nevados, tan mencionados por Alexander von Humboldt, que acentuaban la magnificencia de la ciudad azteca.

El valle de México hoy

Como sabemos, el valle de México ha experimentado en el último siglo una intensa transformación, que significó la desaparición del lago de Texcoco y de los canales y los ríos que atravesaban la ciudad, así como de grandes extensiones de áreas boscosas y de cultivo, que fueron siendo absorbidas ante el incontenible avance de la mancha urbana. Pero a pesar de la acelerada urbanización, la riqueza natural de este valle del Anáhuac, no se ha extinguido del todo, ya que siguen en pie los dos imponentes volcanes nevados, que han atestiguado la existencia y la evolución de una de las ciudades más admiradas en el escenario mundial.

Te recomendamos que –cuando las condiciones de salud así lo permitan: Visites el Museo Nacional de Arte. En su sala del siglo XIX se encuentran algunas de las más importantes pinturas de vistas del valle de México, pintadas por José María Velasco.
Y, claro está, que visites el Palacio Nacional, para conocer –o reconocer en su caso-, el gran mural Tenochtitlan visto desde Tlatelolco.